No me resisto a rescatar este artículo publicado en El País no hace mucho
El cambio de las esencias
La capital andaluza transformada gracias a la peatonalización, ha producido dualidades irreductibles
Sabido es que al hermano de Machado el bueno no es que se le acabaran los adjetivos cuando llegó al término de su célebre poema Andalucía (“Cádiz, salada claridad, Málaga, cantaora, Córdoba, cristiana y mora, Almería, dorada…”), sino que al pobre Manuel lo que le dio fue un ataque de mística sevillana. Caso harto frecuente en los hispalenses de antaño, que raramente perdonan los antisevillanos de hogaño. Especie esta última que, contra todo pronóstico, se ha ido extendiendo, extendiendo, como mancha de aceite por toda la región. Efectos colaterales centrífugos, digo yo, del proceso autonómico, que hizo soñar a otras ciudades con ser las reinas del nuevo mambo. Pero la cosa ya no tiene arreglo, qué se le va a hacer. Sevilla está cada día más pujante y segura de lo que es, y de lo que espera. No hay más que pasearse estos días por la Avenida de la Constitución, con su tranvía futurista, sus silenciosas bicicletas, sus sosegados peatones, embobados todos como de urbana beatitud. Y echarle una ojeada a los innúmeros proyectos que prometen a la capital y su entorno un puesto entre las grandes de verdad, “la más importante metrópolis del Sur de Europa”, anda. (Tómense algo:) 4.174 millones, en veinte años; cuatro líneas de metro, más viarios, más tranvías, esclusas, parques, redes de abastecimientos, más viviendas VPO… La mayor parte en la mitad de ese tiempo. (Algo contra el mareo).
Como que si yo fuera un hispalense de los de antaño, un sevillano esencialista, andaría preocupado. Todo eso de “La Gran Sevilla” que tanto se oye últimamente, ¿no será un embeleco, el ataque definitivo de sus más peligrosos adversarios, los de dentro mismo, esos rojos de la coalición PSOE-IU que se han atornillado en el Consistorio y que no hay quien los eche?. El alcalde Monteseirín, que ya va por el tercer mandato, suele referir algo que le pasó en la última campaña electoral. Una señora muy señoreada se le acercó y le dijo: “Don Alfredo, todo eso que está usted haciendo en los barrios está muy bien; pero a Sevilla déjela tranquila”. Sin comentarios.
El caso es que si quisiéramos atrancar las esencias sevillanas, nos veríamos en un verdadero aprieto. ¿Pues cuáles son?. Primero habría que nombrar una comisión de entendidos en tan abstrusa materia, en los valores-intocables-de-toda-la-vida. Observadores atentos, para empezar de la falla tectónica que parece recorrer las profundidades de la Historia de esta proteica ciudad, y que invariablemente produce dualidades irreductibles, o que lo parecen (ojo): Trajano y Adriano (la guerra y la paz), Joselito y Belmonte (el valor y el arte), Velásquez y Murillo (la perfección y la gracia), Niña de los Peines y Caracol (la hondura y el duende), Don Juan y Carmen (el amor canalla y el amor pasión), Bécquer y Cernuda (el dolor y el deseo), Sevilla y Betis (aquí ponga cada cual lo que quiera, que yo en alta política no me meto). Y sin olvidar que antes de y durante la República pleiteaban dos denominaciones ligeramente opuestas: Sevilla la Roja y Sevilla Mariana. Claro que, por mucho que a ustedes les cueste creerlo, en la primera se apuntaba a la Macarena, que era entonces conocida popularmente como La Virgen Roja, por el componente de muchos de sus cofrades. Lean a Chaves Nogales, nada sospechoso de volteriano, que llega a decir: “Siempre hay en el fondo de las cofradías un poquito de anarcosindicalismo” (sigan tomándose algo) y “se plantan el capirote los más tibios creyentes y hasta muy bien caracterizados ateos”.(Se lo advertí).
Pero mientras se reducen otras antagonías a lo que son, pulsiones primarias del alma colectiva, con sus anhelos y frustraciones, a menudo jaleadas por el negocio de las identidades, bueno sería darles ocupación a aquella especie de Caballeros de la Orden del Santo Dual, para que no dejasen de vigilar los testigos colocados en las grietas de sus mitos binarios, o sea, de sus esenciales pompas de jabón. Así, por lo menos, estarían entretenidos y dejarían a la Sevilla real crecer hacia sus nuevos desafíos. De momento, ya se han tragado una de las síntesis más gordas: la fusión de las dos-cajas-de-ahorro-de-toda-la-vida en una sola. Y no ha pasado nada.
Y si por casualidad caen en la cuenta de que de aquellos 4.174 kilos, más de la mitad irán a la corona metropolitana, habrá que preparar un señuelo que les haga mirar hacia otro lado. Decirles, por ejemplo, que lo que en realidad persiguen los habitantes de ese cinturón, con su asedio de-toda-la-vida, es cargarse una de nuestras más emblemáticas señas de identidad: el seseo. Pues es público y notorio que decir Zevilla, coza y Zemana Zanta no puede interpretarse más que como un menosprecio en toda regla a la esencialidad lingüística capitalina. Así que habrá que inventarse un sainete quinteriano, donde un alcalde de Sevilla se enfrente, pongo por caso, al de Dos Hermanas. El uno: “Quiero partisipar en tu plasa”. El otro: “De aquí no ze paza”. Y mientras tanto, el metro-tranvía-anillo-ferroviario uniendo poco a poco, el parque Guadaira, la Universidad Pablo de Olavide, La Cartuja, El Aljarafe, la Acrópolis de la Rinconada….esétera, ezétera.
Antonio Rodríguez Almodóvar