martes, 15 de abril de 2008

El templo del sol


No es demasiado conocido, ni demasiado frecuentado. Verás alguna pareja con sus niños, un solitario vagabundo, turistas despistados y algunas personas que parecen pasear sin rumbo fijo, como esperando algo. Éstos son los conocedores del secreto que te voy a confiar.

En una pequeña elevación y sobre las cenizas de una tragedia próxima pasada, se levantan unas piedras traídas de Egipto. Con fuentes y láminas de agua, remedan un templo del Alto valle del Nilo. Pero estas piedras no son el objeto de este cuento, sólo el marco, sino lo que desde allí se divisa. Desde la meseta que compone esta elevación, como en un balcón, la vista vuela por encima de las copas de los árboles del parque cercano, hasta la hondonada del aprendiz de río. Más allá continúan las frondas del que fue cazadero real y relampaguea un estanque. A continuación hacia al oeste y como un efecto mágico de la orografía, las copas redondas de los pinos parecen perpetuarse hasta la lejana raya azul-gris de las montañas, aún sin su espuma de nieve.

En otoño, cuando la luz dorada del atardecer, empieza a dulcificar los rasgos duros de la ciudad, esos seres deambulantes se acercan al borde de la meseta y se hipnotizan con la danza del sol. Entonces por unos minutos mágicos, la cárcel que es esa ciudad, se abre por una puerta fantástica , libre, que invita a volar rápido y bajo hacia el sol poniente.

Luego lentamente el frío se apodera de tus mejillas. A tus espaldas, se encienden las luces de la ciudad, los luminosos de las compañías aéreas y las carteleras de los cines de estreno.

Regresas a tu guarida con el corazón en un puño, preguntándote, ¿por qué no has volado?, y obligándote a volver al día siguiente a intentarlo de nuevo.

Si encontráis el templo del sol, y es otoño…. Disfrutad y volad.

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