martes, 15 de abril de 2008

Tempus fugit


Va para veinte años que abandoné la ciudad en la que nací y crecí. Vuelvo cada vez menos (circunstancias de la vida y la familia), y estos periódicos retornos me producen una desazón creciente. Lógicamente la ciudad cambia, evoluciona, mejora (o a veces empeora), pero lo que más me inquieta es la desaparición de aquellos lugares que son como hitos de mis recuerdos. La papelería donde cambiaba tebeos y novelas (sí, los tebeos entonces se cambiaban), la lechería de enfrente, con su dependiente de eterno puro en la boca o la peluquería de la lado donde se cortaba el pelo mi abuelo y yo me lo cortaba 50 años después.

Estos lugares físicos son como los hilos de Ariadna que atan los recuerdos con la realidad. Cada vez que nos cortan uno de ellos, siento como si mis recuerdos empezasen a flotar en una niebla difusa, a media altura, sobre la tierra, sin llegar al cielo. Me quedo sin el referente para decirle a mis hijos : “Ahí estudié”.”Ahí jugaba al fútbol”.”Ahí conocí a tu madre”.

Y un día con el pasar de los años, me detendré en esa ciudad esteparia y no reconoceré nada. Entonces no sabré si viví o soñé.

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