
No empieza el 21 de Marzo. No entiende de fechas exactas aunque tenga que ver con la astrofísica. Ese ritmo profundo y latente de nuestras vidas responde a otro mecanismo que todavía no alcanzamos a comprender y espero que nunca lleguemos a ello. Si no, aquí en el valle del Gran Río, nos perderíamos la sorpresa de levantarnos una mañana, respirar el aire fresco del amanecer y decir, “Ya es primavera”. Sospecho que en cualquier lugar del mundo ocurre lo mismo, los habitantes del lugar se levantan una mañana y sienten, huelen, notan que es primavera. Esa época plagada de fiestas, romerías, ferias y demás, que no hacen más que celebrar la vuelta a la vida, después del duro invierno (al menos antes lo era) y nos invitan a la alegría, el optimismo, la fertilidad, en suma, la certeza de estar vivo.
También es época tempestuosa, de turbonadas repentinas, violentas, de agua o granizo, que estropean los farolillos de fiestas multitudinarias e interrumpen ritos atávicos en los que se masacran animales. Repentinas lluvias torrenciales que limpian calles y campos de la penuria acumulada durante el invierno.
Algo así como un 14 de Abril de hace 77 años. Una tormenta de primavera renovó las ganas de vivir, aire fresco, y agua turbulenta que arrastró las enmohecidas entretelas de un país. Lo que pasó después, es historia.
Yo por si acaso cada 14 de abril, cuelgo de mi balcón una bandera tricolor, para que con su mástil sirva de imán de esa nube tormentosa que todas las primaveras espero.
¿Quién me ha robado el mes de Abril?, que diría Joaquín.
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