
Solíamos ir en autobús.; en LARREA si a Guadarrama, en LA MADRILEÑA si al Puerto de Navacerrada o el de Cotos, cuyo famoso autocar nº 1 siempre se estropeaba en la Fuente de los Geólogos. Ambas salían del Paseo de la Florida, y siempre quedábamos en la esquina de Casa Mingo, con lo que la sidrería se llenaba de chavales con mochilas y pantalones bávaros. Si el destino era La Cabrera , el Valle de Lozoya o Patones, entonces era LA CONTINENTAL de la calle Alenza. Para Cercedilla, íbamos en tren, luego enlazando con el “funicular” a Navacerrada o a Cotos. Pero de todos los transportes “regulares” el más pintoresco era el bus de la “Fifí”, que subía de Manzanares a Cantocochino en La Pedriza. Este autobús destartalado era conducido por la Fifí, una señora ya mayor que siempre llevaba a su perro sentado al lado de la palanca de cambios. Alardeaba a voces de ser comunista (en aquellos tiempos) y de ser compañera de La Pasionaria. Había que echarle más valor en ese bus que en el “Escudo” de la Sur del Pájaro.
Debido a las penurias económicas pronto empezamos a desarrollar “técnicas de ahorro”, sobre todo en el tren. Bajando en el funicular de Navacerrada, bajábamos andando hasta el apeadero de Collado Albo y allí lo cogíamos, lógicamente sin billete, y al revisor no le daba tiempo a pasar antes de llegar a Cercedilla, final de trayecto. En el tren de regreso a Madrid, Domingo por la tarde, y lleno a rebosar, íbamos recorriendo el tren hacia la cabecera delante del revisor y para cuando llegábamos a Nuevos Ministerios, ya nos habíamos bajado. Todas estas técnicas nos permitían mayor libertad para ir al monte, ya que podíamos prescindir del “permiso paterno”, que principalmente consistía en el dinero para el viaje, y si lo teníamos, se convertía en otros suministros como Celtas cortos y alguna cerveza. Respecto a la comida no había problemas, fabada Litoral y sardinas Cuca, hábilmente sustraídas de la despensa familiar, eran la dieta habitual.
Lo que fue el no va más, fue cuando descubrimos el autostop. En aquellos tiempos te paraban sin demasiada dificultad y si además llevabas arreos de montaña pues era más fácil. He bajado las siete revueltas de Navacerrada en cajas de camiones (ríete de los cinturones de seguridad) y el cura de Guadarrama nos solía bajar del Alto de los Leones en un Mini Morris, que ríete tú de Fernando Alonso, yo creo que como pensaba que iba con Dios le daba todo igual. Otro transporte peculiar era el porquero de Uceda. Lo utilizábamos cuando volvíamos de Patones, un Patones muy distinto al de ahora, sin nadie allí y con sólo dos vías abiertas en artificial con spits. Pues el porquero de marras nos traía desde el puente de Uceda, en la caja de una DKW que se caía a pedazos, sin asientos, pero eso sí, con unos buenos pegotes de estiércol en las ventanillas.
Viejos y buenos tiempos, de libertad y horizontes abiertos, de compañeros de fatigas, compartiendo una lata sardinas, mojaduras y tiritonas en simulacros de sacos de dormir, algunos tragos de vino y caladas de un cigarrillo; el Me, Juanillo, Willy, José Antonio, Gonzalo…. algunos, ya se fueron para siempre.
Salud. Va por vosotros.
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